Seleccionar página
A menudo me gusta pensar que cuando yo tengo algo claro, no hay nadie que pueda hacerme cambiar de opinión, por mucho que insista. Pues bien, por lo que parece no soy tan tozudo como pensaba.
Hace poco estábamos organizando la cena de navidad entre varios amigos… lo que hacemos todos los años y lo más lógico, sería hacer la cena en la ciudad, ya que:
a) Hay más sitios donde elegir y para salir luego.
b) Nos viene mejor a todos porque es un punto intermedio, puesto que la mayoría de nosotros vivimos en pueblos o zonas cercanas a la metrópoli.
Pues bien, un amigo, propuso, con toda la efusividad del mundo… hacer la cena en su pueblo. Que está a 50  km. de la capital. Es decir, muy lejos.
Al principio me negué. Y argumenté mil y una razones de lo más lógicas de por qué no tenía ningún sentido desplazar a todo el mundo hasta ese pueblo, cuando nos pillaba lejos a todos, menos a dos chicos que son los que vivían ahí.
La cena es esta noche… y ¿a que no sabéis dónde va a ser la misma? Efectivamente, en el susodicho pueblo. Cada vez que pienso en esto me río… porque ahora mismo soy yo el que está deseando ir al pueblo que en un primer momento me negué a visitar.
¿La razón? La persistencia. Mi amigo estuvo desde el minuto uno diciendo que iba a ser la cena del año, y todos los días, comentaba lo bien que nos lo íbamos a pasar en su pueblo. Al principio me hacía gracia, pero me negaba a ir. Pero a base de insistir, e insistir, ha conseguido que la idea de ir a cenar a su pueblo ME FASCINE. Estoy deseando ir a la cena.
Lo peor de todo, es que yo ya conozco el pueblo y sé que no me gusta. Pero el verle a él tan entusiasmado ha hecho que yo tenga la misma ilusión por la fiesta de esta noche.
Moraleja: la pasión por lo que uno hace, incluso aunque sea para organizar una cena… hace que todos te sigan.

Si te interesa saber más sobre mi forma de pensarvisita mi página web