Seleccionar página

Cambiar de estados


El cerebro masculino funciona por estados, mucho más que el de la mujer. La mujer, evolutivamente tiene más facilidad adaptativa que el hombre a la hora de gestionar sus estados de ánimo. Esto es lo que hace que cuando un hombre se enfada de verdad, sea muy difícil evitar un enfrentamiento o que una vez que está excitado, es muy complicado conseguir que piense en otra cosa.

Las mujeres, en cambio son más variables, adaptables y cambiantes en cuanto a la permanencia de sus estados de ánimo se refiere. Y esto tiene sus ventajas y sus inconvenientes.

El problema es que para poder cuidar a una mujer y hacerla sentir a salvo, en muchas ocasiones tendremos que saber cambiar de estados con más rapidez de lo habitual y con algo más de agilidad de lo que nuestros genes y nuestra cultura nos ofrece. Es decir, que una habilidad muy buena para un hombre es saber gestionar y cambiar sus estados de ánimo con rapidez y eficiencia.

Al fin y al cabo se trata de tener la inteligencia emocional necesaria para conseguir que seamos nosotros los que controlemos nuestras emociones, y no las emociones las que nos controlen a nosotros.

Además, y por si esto fuera poco, la rapidez a la hora de gestionar nuestros estados de ánimo ha sido clave para la evolución, porque el animal que más rápido se adapta es el que sobrevive. Todo esto… ¿en qué se plasma a la hora de estar con una mujer? Pues se plasma en que hay que estar MUY atento porque ella nos va a poner a prueba para ver si nos aferramos a nuestros estados de ánimo o si somos capaces de gestionarlos, y a nosotros, más nos vale saber esto de antemano, porque si no, nos van a pillar desprevenidos.

Veamos algunos ejemplos:

  • Nosotros estamos creando tensión sexual con la mirada y empezamos a excitarnos al hablar con ella. Ella se siente incómoda y aparta la mirada, nosotros tenemos que entender que hay que cambiar de estado de ánimo y retomar la conversación por donde lo habíamos dejado. Está bien generar un poco de tensión sexual e incluso hacerla sentir a ella un poco nerviosa, pero tenemos que saber parar y cambiar. Lo que nuestros instintos nos piden es, probablemente, dejarnos llevar aún más y acabar teniendo sexo esa misma noche, pero eso será casi siempre un error. Las cosas tienen su ritmo.
  • Ella nos está hablando de un tema muy profundo y de pronto se pone un poco triste. Nosotros sentimos el impulso de intentar arreglar el problema dando soluciones, pero eso sería un error. En vez de eso, la abrazamos, le damos cariño y empezamos a animarla con alguna broma. Cambiamos de estado nosotros, para ayudarla a cambiar ella de estado. Una vez esté bien de nuevo, entonces le ayudamos a buscar una solución.
  • Empezamos a tomarle el pelo y ella disfruta. Pero al cabo de un rato, empieza a ser demasiado reiterativo. La inercia del cerebro masculino es replicar el mismo comportamiento, por repetición una y otra vez, porque funciona. La mente femenina no funciona así y la excesiva repetición de las cosas les hace sentir desconfianza y percibir necesidad en nuestra conducta.

Hay que saber mirar

La forma en que miramos a una mujer es muchísimo más importante de lo que puede parecer. El ser humano está diseñado para obtener muchísima más información del lenguaje no-verbal, que de las propias palabras.

De hecho, la mayoría de estudios están de acuerdo en que el lenguaje verbal puro (el sentido literal de las palabras que usamos) sólo constituye un 7% u 8% de la información de comunicación total que recibe nuestro cerebro cuando hablamos con otra persona. Es decir, que si una persona está nerviosa, le tiembla la mano, y tartamudea al hablar, eso nos da muchísima más información sobre él, que el hecho de que nos diga “buenos días” o de que nos cuenta lo que ha hecho esa mañana.

Es por ello, que cuando una mujer está hablando con nosotros, el utilizar unas palabras u otras importa muchísimo menos que el hecho de que nuestra actitud, nuestras acciones y el contexto de la interacción le parezca congruente y le transmitan la seguridad, estabilidad e interés que ella (y sus genes) necesitan.

Y en lo que respecta a nuestro lenguaje no verbal, el rasgo MÁS definitorio de todos, y que más impacto tendrá en su cerebro, será la forma de mirarla.

Digamos que a una mujer se la puede mirar, con tres tipos de “cara”:

  1. Con la cara de, aquí estoy yo, pero me da miedo y me escondo.
  2. Con la cara de aquí estoy yo, pero no estoy cómodo.
  3. Con la cara de aquí estoy yo, y soy lo mejor que te ha pasado en la vida. Me encanta mi cuerpo, me encanta mi forma de ser, y al mirarte a los ojos disfruto YO, porque YO me encanto.

Todo lo que NO sea la opción número tres, le va a transmitir a ella una impresión muy pobre que tendremos que compensar de mil modos y, casi siempre, sin éxito. Es MUY difícil compensar una interacción en la que NO somos capaces de transmitir la actitud del punto número tres con la mirada.

Porque el cerebro femenino está pensado para darle una importancia SUPREMA a la forma en la que la miramos. Todos los mamíferos establecen la energía, respeto y dominación de los animales de su entorno con la mirada. Es como se estable la jerarquía. Toda la diferenciación de status se basa en el criterio del contacto visual. Las mujeres y los hombres hemos heredado genéticamente ese patrón. Es muy complicado respetar a alguien que no mira nunca a los ojos. Y es realmente difícil que alguien que te mira fijamente a los ojos, con convicción y seguridad, no te transmita poder, autoridad y liderazgo. Que, como sabemos, son cosas importantísimas para una mujer.

Si lo que dices es brillante, pero no eres capaz de mirar a la chica a los ojos… entonces es probable que todos tus esfuerzos sean en balde, o que apenas se valoren.

Pero es fundamental que mires de una forma que transmita seguridad y autoestima alta, en vez de agresividad e intimidación. Los matices sutiles a la hora de mirar a la gente que nos rodea son clave en la comunicación. Si aprendemos a mirar bien, y proyectar en cada momento las emociones necesarias para cada interacción, sólo con eso, estaremos cubriendo el 80% del impacto positivo posible a la hora de hablar con cualquier persona.